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La justicia es una de las cuestiones que más atención ha prestado Clint Eastwood en su filmografía. La misma figura que representa a la justicia, con cuya imagen comienza la narración de su última gran obra, Jurado nº 2 (2024), ya estaba presente en Medianoche en el jardín y del mal (1997), en la que también disponía de importante relevancia narrativa, como en Jurado nº 2, un juicio. En Ejecución inminente (1999), un periodista se esforzaba en demostrar la inocencia de un condenado a la pena de muerte, además a contrarreloj ya que disponía de escasas doce horas antes de que fuera ejecutado. Las instituciones de la ley han sido puestas en cuestión por no priorizar la justicia sino la conveniencia o el mero capricho, como evidencian, entre otras, Sin perdón (1992), Poder absoluto (1997) o El intercambio (2008). Como en Richard Jewell (2019), en Jurado nº 2, queda en evidencia la incapacidad de discernimiento, y por ello la falibilidad tanto de un sistema, judicial, como de los individuos, dada la extendida convicción de casi todo el mundo en relación a la culpabilidad del acusado, James (Gabriel Basso) con respecto a la muerte de su novia, Kendall (Francesca Eastwood). Casi nadie duda, con excepciones como el abogado defensor, Eric (Chris Messina), quien reconoce que ha defendido a culpables pero en esta ocasión esta convencido de que es inocente. Al respecto, es interesante cómo Eastwood explora los por qué de esas convicciones generales que sienten como certeza inapelable. El pasado violento del acusado resulta determinante, y se convierte, como enarbola la fiscal, Faith (Toni Collete), en representación de una lucha social contra el abuso doméstico masculino. Tiene los atributos que le convierten en el idóneo culpable. Si a eso se añade testimonios de un testigo ocular que dice que lo vio desde su ventana, aunque fuera en una noche cerrada con fuerte lluvia, cuando salía de su coche, se apuntala lo que parece una ineluctabilidad.
Esa incapacidad de discernimiento, y cómo se puede proyectar por encima de discernir, de acuerdos a cuestiones personales, como el jurado que reconocerá que, personalmente, para él representa una violencia, la de quienes luchan por un territorio, como la banda, a la que el acusado pertenecía, y que mató a un sobrino (como otros miembros del jurado apuntalan su convicción en esa condición de pretérito hombre violento, sin permitir espacio mínimo para la duda razonable), queda evidenciada desde un inicio, porque, ironías, el jurado nº 2, Justin (Nicholas Hoult), descubrirá en los primeros lances del juicio, que fue él responsable de la muerte. Comprende que no golpeó a un ciervo, como pensó en el momento (ya que una señal indicaba riesgo de atropello a ciervos y no pudo percibir, dada la oscuridad, el cuerpo en el fondo del puente). Se encontrará en la circunstancia de cómo reaccionar. Fue un accidente, pero él es responsable (porque además no miraba a la carretera sino al móvil, que sonó, cuando golpeó a la mujer). Qué puede hacer, si un amigo abogado le indica que si confesara su condena sería de al menos treinta años. Su circunstancia desesperada se amplía cuando los otros once miembros del jurado piensan, en primera instancia, que el acusado es culpable. ¿Qué hace, aprovecharse de esa circunstancia que le favorece?. Su integridad le impele a esforzarse en convencerles, porque un juicio nulo no le favorece, ya que se realizaría otro, con un nuevo jurado. La única opción posible es convencer al resto de que es inocente. . .
Publicado por Alexander Zárate
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