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Tres colores: Azul (Trois couleurs: Bleu, 1993), de Krzysztof Kieslowski, comienza con un plano de la rueda de un coche en la carretera. Otro plano, cuando se detiene el coche, remarcará que pierde aceite. El trayecto de un accidente: fragmentos: Rostros en fuera de campo: la rueda que gira (destino, aleatoriedad, lo imprevisible). El sonido del accidente también se escuchará en fuera de campo, porque la cámara encuadra a un joven que juega con piezas que deben ajustarse. En el momento que acierta, se oye el sonido del coche accidentándose. Piezas ajustadas, piezas desajustadas, la vida y su imprevisible recorrido. La vida de Julie (Juliet Binoche) evidenciará sus piezas desajustadas, lo que desconocía sobre su marido, su relación con otra mujer desde hacía ya años. Cuando sepa que su marido y su hija de cinco años murieron en el accidente intentará suicidarse, pero no podrá tragarse las pastillas. Se convierte en un espectro en vida (que interpone distancia protectora). Cobran relevancia, en el decorado, como reflejo de Julie, perlas azules que cuelgan del techo, recuerdos que penden, lágrimas congeladas como brillos. Perlas que primero sacude, como gesto de impotencia, pero que luego mantendrá en su nuevo piso. Contempla la despedida final, el funeral, en un monitor, en la distancia, oculta bajo las sábanas. Libertad: ser otro, ser nadie, ser una indigente emocional: reflejos: el indigente que no lo es, al que un coche deja en la esquina para interpretar la música que evoca a la composición inacabada de su marido, célebre compositor, que era también suya. La ascensión: la música de Zbigniew Preisner, la música que une, que revive y concilia, que recupera la voz propia. Recuperar su voz es asumir que su voz quizá estuviera algo amordazada. Romper con el pasado supone recuperarse, hacerse más presente de lo que era. . .
Publicado por Alexander Zárate
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